Léonce ha sentado la cabeza. Se ha casado con una joven fascinante, un poco celosa y sentimental, pero tiene sus ventajas: ella le mima, le acaricia, le atiende y le quiere, y él, que es un chico bueno, sencillo y dulce, no puede pedir más a la vida. Por eso, Léonce es feliz. Come bien, fuma una buena pipa, se acurruca en un cómodo sillón y deja pasar el tiempo, con la única esperanza -como la madre de Napoleón- de que dure lo más posible. Pero sus amigos están en guardia. Cuando alguien es feliz, sus amigos están siempre en guardia, tomando medidas fatales.